Hoy hemos completado la penúltima etapa de nuestra aventura. Ayer llegue al final muy justo, no tanto de fuerzas, ya que mi cuerpo ya se ha acostumbrado al esfuerzo, sino por mi inesperado problema con las ampollas. 31 km de etapa quizás fueron demasiado, y aunque en el horizonte se veía el objetivo de Viana, lo engañoso de la distancia hizo que la etapa se alargará hasta casi el mediodía.
Tras maquear mis castigados pies en el albergue Izar, salíamos a las siete y cruzabamos la frontera navarro-riojana dirección Logroño, a la que llegábamos sobre las diez no sin antes poner el sello de la famosa Doña Felisa. Reconozco que, en esos momentos, he estado tentado de coger el primer bus para Burgos, pero mi orgullo y un respiro en el dolor me han dando fuerzas para continuar, porque yo lo valgo...
A un ritmo lento, y con rabia por estar retrasando a mis compañeros, hemos atravesado Logroño y el Parque de La Grajera, que me ha recordado mucho al de Fuentes Blancas, añadiendo estanques, peces voraces y un bonito pantano que ha servido de descanso durante unos reconfortantes momentos.
Justo antes de enfilar hacia nuestro final de etapa en Navarrete hemos pasado por la famosa ermita móvil del gran Marcelino Lobato, con el que hemos mantenido una interesante conversación sobre la vida y mucho más...
Después, un par de kilómetros de subida y directos al pueblo de Navarrete, donde nos hemos alojado en el albergue de El Cántaro, y hemos completado la ya típica tríada: ducha, menú del peregrino y siesta.
Por la tarde hemos tenido la fabulosa idea de visitar una pequeña bodega, la más pequeña de la Denominación de La Rioja y situada en el Medio de la calle Mayor, Bodegas Arar. Una experiencia muy interesante que nos ha gustado a todos y en especial a David, que ha podido intercambiar experiencias con Daniel, uno de los socios y guía de la visita y cata posterior.
Ahora toca dormir que mañana llega el final de la primera parte de nuestro Camino.
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